miércoles, 20 de febrero de 2008

Dialéctica del amo y el consumidor

No se sabe dónde empieza ese diálogo, tal vez en las góndolas que se pavonean con sus nuevos páckagings, tal vez en las publicidades multimediáticas que se nos pegan en el ojo, se acomodan en el oído, urgan nuestra nariz y nos patinan la piel con sus mensajes de consumo; perhaps, perhaps, perhaps...

Vendría a ser como el eterno dilema del huevo y la gallina (respecto del cual sí tengo una respuesta convencida), sólo que en este caso lo importante no es saber dónde empieza el ciclo vicioso, sino quién. Creí que estaba muy segura cuando respondí "pues obvio, en el productor", pero ¿sabe qué?, ahora ya no me arriesgaría con esa respuesta. Lo cierto es que donde hay quien hay quien compra y viceversa.
La cuestión es que el productor no es el personaje tipo de los cuentos rusos, ni nada que remotamente se le parezca. El productor, el amigo P, es un señor o una señora que hace cosas para vender (VENDER eh!), vende y acumula capital, luego usa algo de eso para hacer más capital y así seguiría en su monólogo feliz si no fuese porque le salen al paso otros personajes más truhanes que confabulan para quedarse con parte de su capital, o lo que es lo mismo: el pez grande se come al chico. Porque para todo P es bien claro que el capital no es una cosa infinita, al contrario, es limitado y para tener más hay que sacárselo a otro.
Me acuerdo de Big Fish (Tim Burton, 2003) y trato de imaginármelo a Albert Finney devorando pequeños peces. Este pez despierta preguntas sobre la razón y sus demonios y si no fuera por la abúlica salvación a través del amor tan a lo Hollywood, la película sería apasionante. Pero no, ahí está don Amor-a-lo-Hollywood, este odioso ente que, no conforme con vendernos objetos de consumo muy diversos, también nos vende una forma de ver, de sentir, de amar, un modelo de vida e incluso uno de rebelión contra ese sistema de vida. Todo está ahí, embalado y listo para su consumo.
Entonces, uno de nosotros inevitablemente empieza el diálogo y, atento y servicial, paternal y omnipotente, ahí está el mensaje con la respuesta, ahí está el Amo, dispuesto a entregar un poco de su infinita sabiduría a cambio de una bajada de cabeza.
Oh, escucho y obedezco.

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